¿Y si Facundo Campazzo no hubiera ido a buscar ese rebote final? ¿Y si el triple de Andrés Nocioni se hubiera ido lejos después de pegar en el aro? ¿Y si Emanuel Ginóbili hubiera errado los dos libres del segundo suplementario y Brasil hubiera acertado un triple desde la mitad de cancha? ¿Y si Argentina hubiera perdido con Brasil y, agotado físicamente como se lo vio anoche, hubiera quedado eliminado de los Juegos Olímpicos ante España con este 92-73?
¿Qué se estaría diciendo? ¿Se privilegiaría un análisis cualitativo o el mero resultadismo hubiera predominado? Sí, llegará el final de la carrera en la Selección para Manu y para algún histórico más, es cierto. Y si hubiera llegado ayer sin clasificarse a los cuartos de final, ¿qué habría pasado?
Cualquiera hubiera firmado un récord de 3-2 en el grupo antes de pisar suelo carioca. Ni hablar. Pero dos derrotas de España y los sospechosos 50 puntos de diferencia que dejó Lituania ante los españoles llevaron a esta ubicación de la Argentina, que no sabe de especulaciones. Eso sí, de ahora en más será todo a cara o cruz y entonces deberá aparecer la Selección como equipo.
Argentina necesitará de todo su personal en los cuartos de final, porque si algo quieren los históricos y quienes piden pista es tener dos chances de pelear por medalla. Y para eso hay que llegar a la semifinal. Durísimo objetivo, pero si no se piensa así en unos Juegos Olímpicos, ¿para qué venir?
Si no haberle ganado a Brasil después de 50 minutos probablemente hubiera significado la eliminación en la fase de grupos, ahora resta pensar en el futuro. Para seguir, hay que ganar. Para ganar, hay que jugar en equipo. Y jugar en equipo es el sello argentino y será el legado de una generación que se acaba y que no depende de un resultado para permanecer en la historia grande del deporte.